miércoles, 10 de agosto de 2011

Ayer y hoy

Un día más ha pasado. 1 mes y 6 días desde que decidimos darnos ese "tiempo", ese espacio, tiempo y espacio que duelen.
Escuchar tu voz detràs del telèfono duele, como duelen los dìas que no estàs aquì, duele saber que ya todo lo sabemos, duele saber que nadie te va a querer como yo lo hago y duele saber que quererse no es suficiente.
La confianza se quebró, mi esperanza se cansó, pero aùn así vives en mi vida y estás conmigo a cada lado que voy.
Ayer me llamaste y hoy lo hice yo. Ayer fuimos uno, hoy somos dos.

viernes, 15 de julio de 2011

Sé cómo..

Te conozco, puedo saber qué es lo que vas a decir, por eso decimos las mismas palabras al mismo tiempo algunas veces, sé cómo roncas, cómo duermes, cómo miras cuando quieres a alguien, cómo ayudas, cómo te abres, cómo te cierras, cómo te expandes, cómo te vuelves a cerrar en tu burbuja y no te aguantas ni a ti mismo. Sé cómo tocas, cómo abrazas, cómo haces cariños con ganas, cómo haces cariños sin ganas, cómo besas cuando tienes ganas de engreírme, cómo haces bromas tontas, y nuevamente cómo haces bromas tontas. Sé cómo caminas, tu caminada me es inconfundible.
Sé cómo abrazas, sé cómo cargas, sé cómo jodes, sé cómo te enojas, sé cómo te pones cursi, sé cómo miras cuando quieres a una persona, sé cómo engríes, sé cómo me engríes.
Sé cómo proteges, sé  cómo me cuidas, me abrigas, me ayudas, como me halagas.
Sé cómo hueles, sé a qué hueles, sé que te gusta que te olfatee, que te ame, que me vuelvas loca. Sé cómo te excitas, sé cómo haces el amor, sé que te gusta y que no te gusta.
Sé cómo dibujas, cómo pintas, sé cómo escribes, cómo cocinas.
Sé cómo hacerte reír. Te conozco en lo más profundo de la intimidad, conozco tu cuerpo, tu vida, tus costumbres, tus locuras, tus risas, tus palabras, los sonidos especiales que utilizas cuando dices algo.
Te conozco..

*Buscando a Buda*

Buda peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos que se decían sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad.
A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para escuchar su palabra, tocarlo o verlo, seguramente por única vez en sus vidas.

Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaali, cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba bien, varias semanas.
Uno de ellos conocía menos la ruta a Vaali y seguía a los otros en el camino.
Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los monjes apuraron el paso y llegaron al pueblo, donde buscaron refugio hasta que pasara la tormenta.
Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor, en las afueras. El pastor le dio abrigo, techo y comida para pasar la noche.

A la mañana siguiente, cuando el monje estaba pronto para partir fue a despedirse del pastor. Al acercarse al corral,.vio que la tormenta había espantado las ovejas del pastor y que éste trataba de reunirlas.
El monje pensó que sus cofrades estarían dejando el pueblo y si no salía pronto, los demás se alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su suerte al pastor que lo había cobijado. Por ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado.

Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado, para tratar de alcanzar a sus compañeros.
Siguiendo las huellas de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua.
Una mujer le indicó dónde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero debía seguir con la cosecha... mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le contó que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la cosecha antes de que se pudriera.
El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero también supo que si se quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaali cuando Buda arribara a la ciudad.
Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas semanas en Vaali.
La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su marcha...
En el camino, se enteró de que Buda ya no estaba en Vaali. Buda había partido hacia otro pueblo más al norte.
El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado.

Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo que salvar a una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no hubieran podido escapar de una muerte segura. Sólo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a continuar su marcha sabiendo que Buda seguía su camino...

...Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda... y cada vez que se acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar. Siempre alguien que necesitaba de él evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo..Finalmente se enteró de que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal.

Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin haber visto a Buda, no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás, después.
Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino.

La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en medio del camino. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de tragar el aire, que cada vez le faltaba más.
Alguien debería quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino.
Pero no había nadie a la vista.
Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó para irse.
Sólo llegó a hacer dos pasos, inmediatamente se dio cuenta que no podría presentarse ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo...
Así que descargó la mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca.Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.

El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró... Finalmente, había perdido también su última
oportunidad.
—Ya nunca podré encontrarte –dijo en voz alta.
—No sigas buscándome –le dijo una voz que venía desde sus espaldas— porque ya me has encontrado.
El monje giró y vio cómo el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda.

—Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo... y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras haya algunos como tú, que son capaces de seguir mi camino por años,.sacrificando sus deseos por las necesidades de otros. Eso es el Buda, y Buda está en ti.

(Déjame que te cuente - Jorge Bucay)